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Se acabó el despilfarro y ahora empezará el jaleo. Estamos viviendo los últimos días de la dilapidación y la sopa boba, el gratis data o las cosas dadas gratuitamente. «No está esto para cenas, lo que viene para España es muy difícil», declaró Mariano Rajoy en Galicia mientras Dolores de Cospedal ordenaba en Castilla bajar la paga de sus empleados e invitaba a sus funcionarios a comer menú. La dieta no es mediterránea ni manchega, a base de gachas de almortas, sino dieta alemana para combatir el sobrepeso de la Administración y eliminar el colesterol malo de las cuentas públicas; es una austeridad sin duelos de quebrantos, aquellas comilonas que se hacían en los entierros en la época en la que Castilla estaba tan en crisis como ahora con las diversas monedas del reino en quiebra: el ducado y sueldos castellanos, la meaja aragonesa y el cruzado de oro portugués, cuando sólo había dos linajes en el mundo, el tener y el no tener.

También entonces hubo jueces y pragmáticas, confiscación de bienes, destierros para mantener el valor de la moneda, y la gente tenía que vender su sepultura por no tener dónde caerse muerto. La dieta no es de Cuaresma sino luterana. Ahora, como entonces, los nórdicos piensan que en el sur un príncipe sensato es un pájaro raro y que las ranas cantoras necesitan cigüeñas y águilas prusianas que las vigilen desde el cielo.

Manténganse atentos ante el televisor a ver cuánto aguanta el personal con la dieta de Dolores, esa receta europea con menú riguroso, ahorro, honradez, amor al trabajo, fuera puentes. Nadie sabe cuál será la resistencia de la gente o si se dejará llevar por la indignación como sugieren algunos observadores, entre otros Jorge Verstrynge, que acaba de publicar ¡Viva la desobediencia! El libro aporta numerosas reflexiones de políticos, pensadores y periodistas que agitan a los ciudadanos para que no sigan marcando el paso alemán en el instante en el que el PSOE de Castilla-La Mancha llama a oponerse en la calle y en el Parlamento a la dieta alemana y Cayo Lara llama a la movilización permanente en toda España.

El libro da caña no sólo a los financieros sino a los periodistas cuando recoge las palabras de despedida de John Swinton, del New York Times, en las que afirma que el trabajo de periodista consiste hoy en destruir la verdad. «Somos marionetas de los ricachones. Mueven los hilos y nosotros bailamos. Somos prostitutas intelectuales». Sugieren los indignados que a las élites que nos gobiernan en España se les puede aplicar la orden: «¡Largaos todos!» , «¡Escobazo!», «¡Largo!», «¡Aire!». «No tengáis miedo. No echaremos de menos a estos políticos».

¿Qué hacer?, como se preguntaba el calvito. ¿Apoyamos las virtudes del ahorro o las de la desobediencia?